viernes, 16 de diciembre de 2011

Para mis amigos y amigas enseñantes: reflexiones de un padre cabreado

Os pido que leáis este escrito sin prejuicios y con sentido crítico. El origen que lo motiva es el siguiente: a mi hijo (trece años, segundo de la ESO) le han suspendido cinco asignaturas de la primera evaluación. De acuerdo; mi hijo no es un modelo de estudiante: aunque mi mujer y yo nos preocupamos al máximo porque estudie y haga sus deberes, es algo perezoso, a veces se escaquea, y sobre todo, es bastante distraído y nervioso y algo lento, lo cual le ocasiona que a veces en los exámenes obtenga peores resultados respecto a su nivel real de conocimientos (lo tengo comprobado: muchas veces, y sobre todo en algunas asignaturas, se deja preguntas o problemas, que yo sé que sabe contestar o resolver, en blanco, por falta de tiempo, nerviosismo, inseguridad o por el motivo que sea). A pesar de ello, hizo un gran esfuerzo este verano y logró aprobar las cuatro asignaturas suspendidas en junio, de manera que pasó de curso limpio; otros no lo lograron y repitieron curso, o pasaron con asignaturas arrastradas. Probablemente, con bastante esfuerzo y un poco de suerte, este año también lo logrará.
 
Pero no quiero plantear aquí un problema personal, sino colectivo, puesto que afecta a la mayoría de los estudiantes, y creo que es un cáncer del sistema en general. Aunque no tengo estadísticas precisas, puedo afirmar que mi hijo no es un caso especial: de su clase de 30 alumnos (sólo está partida para algunas asignaturas en dos grupos de alrededor de 15), muy pocos (no sé el número exacto) son los que han conseguido aprobarlo todo; la inmensa mayoría tienen varias asignaturas suspendidas. Los profesores, en general (lo sé por los informes públicos del tutor del curso pasado), se quejan de que los niños no hacen los deberes, “pasan de todo”, sacan malas notas, etc. (por ello, sé que mi hijo está en el nivel medio general); según ellos, el nivel del alumnado es “muy bajo”. La zona del instituto no es especialmente conflictiva; el año pasado eran 16 alumnos en su aula (línea en valenciano), luego el problema no es el número. Sin embargo, los resultados generales de los alumnos del curso fueron y son nefastos. Las informaciones generales del sistema educativo son terribles: aunque la enseñanza es obligatoria hasta los 16 años, alrededor de un tercio de los alumnos no obtendrán el título de Graduado en ESO.

¿Cuál es el origen de todo este estado de cosas? Vosotros seguramente habréis reflexionado más sobre el tema, y tendréis respuestas más precisas que las mías; me hablaréis de los problemas de la enseñanza pública, de la falta de inversión, etc. Yo sólo puedo aportar mi preocupación y mi reflexión como padre, pero creo que el problema es más profundo, y al mismo tiempo más sencillo: para resolverlo no hacen falta grandes cambios legislativos, ni ningún aumento en el gasto presupuestario; sólo hace falta aplicar el sentido común y la voluntad de resolverlo.

Veamos. Empecemos por los libros de texto: en general, son muy bonitos, decorados espléndidamente, con muchas fotos, dibujos, esquemas, etc.; por tanto, muy caros. Comparados con los que yo tenía para las mismas asignaturas, son mucho más grandes, en las tres dimensiones (largo, ancho y grueso). Pero, ¿y el contenido? En general, mi opinión es que es excesivo, disperso, difuso. La redacción es terrible, no adecuada para los niños de esa edad; parece que se esfuercen por explicar las cosas de la manera más enrevesada posible, cuando existe siempre una forma directa de hacerlo. Una profusión de información dispersa, mal ordenada, en la cual no se distingue entre lo que es cultura general esencial, importante para la vida o para el goce de las cosas, y lo que es un estúpido ejercicio de erudición que nunca se aprenderá o que, si alguna vez se aprendió, se olvidará una vez vomitado en el examen. ¿Alguien que no sea del ramo correspondiente sabe qué es la biocenosis, qué son los organismos xerófilos, qué es la sahada o el mimbar o quiénes fueron Avenzoar o Ibn Bassal? ¿A alguien le será útil alguna vez esta información? ¿Si alguien alguna vez supo esto, cuánto tardó en olvidarlo? ¿Es todo esto adecuado para un niño de 13 años? Y en medio de toda esta hojarasca completamente inútil –para quien no sea especialista en el tema, claro–, la información básica, la esencial, la que sirve realmente, la que de verdad puede ser recordada, la que nos enriquece o nos hace mejores, más cultos, más felices, se encuentra completamente diluida, oculta, enmascarada. En uno de los últimos temas de una asignatura decidí hacerle un resumen a mi hijo poniendo sólo lo que yo consideraba importante para que se lo estudiase directamente, y que prescindiese completamente del libro; pues bien, el resultado en el examen fue mejor que en los anteriores temas, estudiados con “el libro”.

¿Y los profesores? No puedo decir que sean ni mejores ni peores que los que yo tuve. Son normales. Estoy seguro de que, como vosotros, están preocupados sinceramente por la enseñanza, etc., etc. Probablemente dominan su asignatura y se esfuerzan por transmitirla lo mejor que pueden. Y probablemente también, desconocen casi todo de las demás asignaturas; como la mayoría de la gente. ¿Cuántos se atreverían a hacer un examen de cualquier otra asignatura, de aquéllos con los cuales torturan a los niños? ¿Cuántos profesores de ciencias serían capaces de hacer un escrito de un par de páginas sobre un tema libre no trivial, en un idioma a su elección, con un nivel de expresión adecuado, sin faltas de ortografía, de sintaxis ni de tipografía y con una puntuación aceptablemente correcta? ¿Cuántos profesores de letras se atreverían a enfrentarse a un examen sobre cuestiones elementales de matemáticas o de ciencias puras? ¿Cuál sería el resultado? Seamos sinceros. Porque, es normal: ante unos contenidos tan excesivos en cantidad y tan dispersos casi nadie recuerda nada más allá de lo que necesita y usa todos los días.

Y lo digo con conocimiento de causa: aún no he visto ningún escrito procedente de los profesores o del equipo directivo del instituto que esté perfecto; en unos falta información esencial, en otros hay errores tipográficos elementales, incluso faltas de ortografía, de puntuación, de sintaxis... Sin ir más lejos, en el boletín de notas que he recibido hoy (el de los cinco suspensos) se observan, entre muchas otras, las siguientes lindezas:
“INSTITUT EDUCACIO SECUNDARIA” (faltan los acentos y la preposición)
“Telf.” (abreviatura inventada; en valenciano, la correcta es “Tel.”)
“Nº llesta: 9” (no sé qué quiere decir; supongo que debe ser “Núm. de llista: 9”)
“1a Avaluació”, “Signatura del Pare/Mare” (mayúsculas incorrectas).
Y renuncio a seguir; eso sí: las inveteradas barras no faltan, pero también están puestas sin ton ni son: “El La/alumne/a ha acumulat...”, “EL LA/TUTOR/A.”. Algunos profesores tienen páginas web cuya dirección podría dar para vergüenza suya. Y cuando se lanzan a escribir en valenciano, entonces ya es el “acabose”: orgía de faltas y errores de todo tipo (en las primeras líneas de la página de inicio de la web del instituto dice por dos veces: “Es possa a disposició de tota la comunitat escolar...”; no sigo mirando para no enfurecerme aún más). Y no creo que el instituto de mi hijo sea una excepción, ni el peor del mundo; no creo que sea mejor ni peor que otros.

Sí, es cierto, nadie es perfecto; todos podemos cometer errores. Pero el nivel de exigencia respecto a los alumnos es máximo. ¿Cómo pueden atreverse a exigir a mi hijo y a los demás niños el nivel que ellos están tan lejos de alcanzar? Los cargan de deberes, de manera que es prácticamente imposible hacerlos todos y llevar las libretas al día; desde luego, cada profesor piensa que su asignatura es lo más importante del mundo, y pone una cantidad de tareas y de trabajos que, sumadas las 11 asignaturas, son imposibles de hacer en el tiempo finito que va desde el final del horario escolar hasta una hora prudencial de cenar y dormir. Y no digamos nada de salir con los amigos, jugar, distraerse un rato. La consecuencia es que los niños se desmotivan; ante la imposibilidad de llegar a todo, empiezan primero a dejarse o a ocultar deberes, y en muchos casos, llegan a abandonarlo todo y se niegan a hacer nada. Lo sé porque todas las madres con las que habla mi mujer se quejan de que los deberes son una tortura diaria para los niños y para las familias, que les amarga la vida cotidiana a todas horas.

Y, por supuesto, con tantos deberes no tienen tiempo de estudiar los contenidos (que, como ya dije, son excesivos, dispersos y mal expuestos). Algunos profesores arguyen que los ejercicios sirven como método de estudio. Falso de toda falsedad: los deberes, cuando son excesivos, sólo sirven para cansar y desmotivar; los alumnos, cuando los hacen, los realizan como un trámite, copiando del libro, sin la más mínima reflexión.

Por otra parte, los profesores, por mucho que se esfuercen y por muy buena voluntad que pongan, no pueden atender a las necesidades específicas de cada niño. Tengo comprobado que mi hijo, en muchas asignaturas, aprovecha mucho más una hora conmigo o con su madre que en todo un trimestre con el profesor. La prueba: los resultados de este verano.

Además, el nivel exigido en los exámenes es desmedido: lo demuestran los resultados; además, la exigencia es la misma para todos los niños, independientemente de su capacidad, predisposición o condiciones personales o familiares. Hay al menos tres de las asignaturas (de las cinco que ha suspendido mi hijo) en que se sabe públicamente que el profesor suspende a casi todo el mundo sistemáticamente, y que la mayoría sólo aspiran a aprobarlas en septiembre; estos resultados se repiten año tras año. Tengo documentados al menos dos casos de exigencia de contenidos que no estaban en los currículos oficiales, sino que correspondían a cursos superiores. Y sólo uno de los profesores tiene la decencia de entregar sistemáticamente los exámenes a los padres para que los comprobemos y los firmemos.

Las consecuencias de todo ello son nefastas: niños desorientados y desmotivados, frustrados, en muchos casos con graves problemas de actitud y comportamiento (afortunadamente, no es el caso de mi hijo), sin tiempo libre ni posibilidad (si es que quieren cumplir con lo exigido) de satisfacer las necesidades lúdicas y de relación de un niño de su edad, muchas veces con problemas psicológicos graves. Los niños llegan a odiar los estudios y la escuela (o el instituto) a una edad demasiado temprana, cosa que los desmotiva y los incapacita para continuar los estudios superiores. Y familias sin vida propia, dedicadas casi exclusivamente a los estudios de los hijos, en una pelea constante y sin fin. Y los resultados: un nivel de fracaso escolar intolerable, que no depende de quién gobierne ni de qué comunidad autónoma se trate (¿qué más da si se trata de un 25%, de un 30% o un 40%?; en todo caso, es inadmisible). Un sistema claramente injusto, perjudicial y discriminatorio.

Necesito que me ayudéis con vuestra opinión. A parte de intentar ayudar y motivar a mi hijo, ¿qué me aconsejáis que haga? ¿Le llevo a la tutora y a la jefa de estudios el boletín de notas con las faltas corregidas, lleno de tinta roja, para ver si se les cae la cara de vergüenza? ¿Empiezo a despotricar delante de ellas contra el sistema educativo o contra el instituto?

¿Hacéis vosotros lo mismo con vuestros alumnos? ¿Cuál es vuestro nivel de exigencia para con ellos? Os rogaría que reflexionarais, que reflexionemos todos juntos. Yo creo sinceramente que cuando un profesor, en un nivel de enseñanza obligatoria, suspende a más de la mitad de la clase, existe un grave problema: o bien el profesor no ha sido capaz de transmitir adecuadamente los contenidos, o bien el nivel exigido ha sido demasiado alto.

Creo que la base, o una de las bases del problema, es el nivel demasiado alto en cantidad de contenido exigido, muy superior al que el sistema puede suministrar en condiciones a todos los alumnos, y del que la mayoría de los alumnos de las etapas obligatorias puede absorber. No olvidemos que estamos hablando de la Enseñanza Secundaria Obligatoria, es decir, la que cursan obligatoriamente todos los niños hasta los 16 años, independientemente de su predisposición, inteligencia, capacidad, aptitud, salud... En mi época de estudiante, la enseñanza obligatoria duraba hasta los 14 años, pero a los 10 años se hacía una fuerte selección: sólo los que eran seleccionados por el maestro podían presentarse al llamado examen de ingreso (al instituto), y sólo los que lo aprobaban podían comenzar el Bachillerato (voluntario), que duraba hasta los 16; a los 17 se hacía el Curso de Orientación Universitaria, y quien quería y podía iba a la universidad; los que no iban al Bachillerato, seguían en la escuela hasta los 14 estudiando contenidos básicos, y todo el mundo que acababa la escuela obtenía al menos su certificado de escolaridad. Y a pesar de esta selección, en el Bachillerato había menos asignaturas, la cantidad de deberes para casa era mucho menor que la actual, y los contenidos eran más concretos que los actuales, como puedo comprobar comparando los libros que conservo con los de ahora. Y la satisfacción de todos (y me atrevería a decir que el aprovechamiento académico) era mucho mayor.

No estoy pretendiendo segregar a los alumnos en listos y torpes, ni propongo bajar el nivel general de la enseñanza. Sólo pretendo señalar lo que es obvio y está a la vista y no deberíamos admitir: que muchos –demasiados– niños no llegan a la cantidad de contenido exigido, y por ello “fracasan”; ¿no será el sistema el que realmente fracasa? Yo pienso que, en los niveles de enseñanza obligatoria, los contenidos exigidos para aprobar deberían ser muy concretos y claramente definidos, y no deberían pasar más allá de lo que se considera cultura general, de lo que todo el mundo debería saber para manejarse por la vida, e incluso para considerarse una persona de cultura mediana; en todo caso, sólo aquello que pueda recordarse mayoritariamente de manera más o menos permanente, sea cual sea el ámbito de actividad, interés o profesión de cada uno. Y estos contenidos básicos exigibles deberían ser transmitidos con toda la claridad y dedicándoles todo el tiempo y constancia que hiciera falta. Todo el mundo que alcanzase estos contenidos básicos debería obtener el título. De esta forma, sería posible que la mayoría de los niños pudiesen adquirir y conservar los contenidos básicos, el fracaso escolar se reduciría drásticamente y el nivel de satisfacción y de calidad de vida de todos –alumnos, padres y profesores– aumentaría. Todo lo que excediera de dichos contenidos básicos (insisto, muy concretos y claramente definidos) debería considerarse como para subir nota; en todo caso, podría adecuarse el nivel de exigencia a la capacidad y predisposición para el estudio de cada niño. Incluso podría existir, en la segunda etapa de la ESO, algunas asignaturas libremente elegidas o orientadas por los tutores en las que podría aumentarse el nivel de exigencia. Y todo ello, permitiendo y promoviendo que los alumnos puedan tener tiempo libre y posibilidades de desarrollarse plenamente como personas.

Con todo ello, no bajaría la calidad de la enseñanza ni el nivel global del país. Al contrario. Ahora, el ser los contenidos tan amplios y dispersos, no se distingue lo que es importante de lo que es accesorio, y no se insiste todo lo necesario sobre lo importante. Si los contenidos básicos estuvieran mejor definidos y transmitidos, estos serían mejor absorbidos por los alumnos, y el nivel general aumentaría. El sistema no sería discriminatorio, pues la mayoría de los niños alcanzaría la titulación obligatoria. La enseñanza obligatoria (primaria o secundaria) debería servir únicamente para transmitir la formación básica y para despertar y descubrir vocaciones. Y ya llegará el tiempo de las grandes exigencias (el Bachillerato voluntario y la Universidad).

Y no estoy culpando a los profesores. Yo sé que la mayor parte de ellos –la mayor parte de todos vosotros– os dedicáis abnegadamente a vuestra profesión y la ejercéis lo mejor que podéis muchas veces en duras condiciones y con pocos medios. El origen del problema no está en vosotros, sino, en mi opinión, en un sistema mal diseñado y planteado. Estamos todos en una rueda infernal. Parece como si todos los profesores se preocuparan por mejorar la enseñanza elevando el nivel de exigencia en la cantidad de los contenidos y tareas de su asignatura concreta, cuando lo necesario sería intentar elevar la calidad en la transmisión de dichos contenidos. Es decir, menos contenidos, pero mejor explicados, estudiados, aprendidos y recordados. Ya es hora de bajarse de la rueda. Sólo hace falta que cada persona responsable de la educación, ocupe el nivel que ocupe, haga un pequeño examen de conciencia y asuma sus responsabilidades.

Pido disculpas si he ofendido a alguien. Pero estoy muy preocupado, frustrado y cabreado, no sólo por mi hijo, sino por el conjunto del sistema educativo. Y mi intención no ha sido otra que contribuir a una reflexión que considero necesaria.

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